viernes. 20.06.2025

Crimen barato

Con siete votos a favor y dos en contra, el jurado popular del caso del crimen de Santoalla, Petín, ha considerado probada la autoría del homicidio en 2010 del holandés Martin Verfondern. Juan Carlos Rodríguez, discapacitado psíquico leve e hijo menor de la única familia que compartía la aldea con Martin y su esposa, Margo Pool, ha sido declarado autor material del delito, y su hermano mayor, Julio, como encubridor al esconder el cuerpo, tal y como él mismo confesó.

Hasta aquí, los hechos, y ahora, la petición de indulto de los mismos que consideran que es culpable. De ser así, tanto a Julio, que quedaría exento de responsabilidad penal y civil gracias a su condición de familiar cercano, como a su hermano pequeño Juan Carlos, homicida confeso, le saldría barato haber matado a Martin, por el simple hecho de reclamar lo suyo para poder subsistir.

Porque el problema, siempre según el fiscal, fue que Martin solicitó la entrada como comunero del monte que la familia rival no quería compartir. Fue la gota que colmó el vaso, lleno de lo que creían que eran desafíos por su parte, como tocar las piedras de las casas en ruinas para liberar de escombros las calles; o instalar acometidas de agua, o traer extranjeros de grandes ciudades para trabajar varios meses a través de un programa internacional de agricultura ecológica.

Según el fiscal, aquel fatídico 19 de enero de 2010 a Juan Carlos le «calentaron la cabeza» y aunque sí distinguía el bien del mal, el rencor de su familia, alimentado a diario por sus progenitores, explotó en forma de disparo a bocajarro, según se afirmó en el juicio, para agradar a su padre y a su hermano.

Nadie escuchó a Martin. Ni aquel día ni antes. No sirvieron las denuncias ante la Guardia Civil, los vídeos grabados por él mismo en el que recogía amenazas y coacciones, las llamadas a los medios, la visita a una agente de seguros en O Barco para sacarse un seguro de vida… Él, realmente temía por su vida, estaba seguro de que la historia podía terminar mal, tanto es así que enviaba a su esposa meses antes a Alemania para cuidar de unos tíos enfermos y de paso alejarla de lo que él intuía, se estaba avecinando.

Atrás quedaban los sueños ecologistas en una aldea de alta montaña en Galicia. Hoy Margo Pool vive en esa aldea que se ha quedado vacía, en cuyos pastos comunales comen sus cabras con plenos derechos adquiridos. Ella no se moverá de allí, del lugar al que llegó hace más de 20 años con su marido, para construir su futuro.

Sólo resta conocer la sentencia final, en la que el fiscal se opone a la idea del jurado popular de suspender la pena y conceder al acusado, el indulto. Porque en ese caso, el acusado podría salir de manera inminente de la cárcel.

Raquel Cruz

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